Deseo, disponibilidad, decisión: Testimonio de la Madre Rachele Paiusco (1)

Madre Rachele Paiusco •Publicado el 02-12-2013

El día 7 de noviembre la Madre rachele Paiusco, superiora de las Misioneras de San Carlo Borromeo, ha encontrado a unos jóvenes universitarios de Comunión y Liberación. Ofrecemos a todos el contenido de su testimonio. En la próxima actualización de la página publicaremos el testimonio que la Madre dio a la parroquia Beato Pietro Bonilli el día siguiente.

La ocasión de encontrarlos a ustedes ha sido la posibilidad de volver a pensar en el periodo en que tenía 20 años y en los años de la universidad.
Si tengo que decir cuáles son las experiencias más importantes que he vivido en esos años, éstas han sido la experiencia de la amistad, y después, la pregunta sobre mi vocación.
Sobre el primer punto no me detendré, porque ya lo ha tocado el padre Paolo [Sottopietra, superior de la Fraternidad de los misioneros, quien había hablado antes de la Madre Rachele]. Entonces, quisiera hablar sobre esta pregunta que surgió en mi vida y sobre el descubrimiento que nació de ella. ¿Cuál es esta pregunta? Se puede decir de muchas maneras, por ejemplo, ¿Cuál es el camino de mi vida? ¿Cuál es el amor de mi vida?, o ¿Cuál es la cosa grande por la que no tengo miedo de entregar mi vida e incluso de sufrir? Como dice este canto muy bello que han escogido, que habla también del dolor de la fatiga, pero que llega a decir que existe una sola cosa que yo quiero, que yo deseo, y que mi corazón busca. Yo pienso que justamente los años de la universidad son los años en que nosotros entendemos que la vida es una sola, y que debe ser gastada por algo grande.
Yo vi alrededor mío tantas respuestas, surgidas de mis amigos, de mis compañeros de universidad. Por ejemplo, algunos se metían completamente en el estudio y buscaban esta respuesta en su afán de encontrar un trabajo importante. Otros, en cambio, identificaban una posible respuesta en encontrar al hombre o a la mujer que pudiera representar la persona con la que compartir toda la vida. Algunos, para no pensar, para evadir el drama de esta pregunta, se lanzaban en la búsqueda del placer, del máximo placer. Entonces la pregunta es esta: ¿Cómo descubrir el camino justo para mí? O mejor aún, no buscar el “camino correcto”, sino, ¿Cuál es el camino de mi vida? ¿Cuál es la forma que tiene que tener mi vida para ser una vida realizada?

Por esto, yo quiero subrayar 3 palabras puntuales a través de la cuales comparto mi experiencia.
Desde cuando era niña, cuando estaba en la escuela básica, recuerdo haber tenido dentro de mi grandes deseos. Por ejemplo, tenía el deseo de vivir junto a muchos amigos. Además yo vivía en un barrio fuera de Milán donde vivían muchas familias con hijos jóvenes. Crecimos todos como si fuéramos hermanos.
Otro deseo que yo tenía era encontrar un camino a través del cual yo pudiera expresar los deseos grandes que habían en mí: yo identifiqué este camino en la música. Cuando estaba en la básica, un profesor les dijo a mis papás que debería aprender algún instrumento musical. Así comencé a tocar el piano, cuyo estudio me ha acompañado hasta los 24 años, cuando conseguí el título. El mundo de la música es para mí una cosa muy grande, pero fundamentalmente encontré algo en este mundo que conseguía tocar las cuerdas más profundas de mi vida. Yo tenía el deseo de no vivir esta pasión sola. De hecho, durante un periodo de mi vida cultivé el deseo de ser pianista en una orquesta.
Otro deseo que tenía era el ayudar a los demás. Por ejemplo, durante el liceo, me interesaba entablar amistades con los amigos más extraviados. O también intenté vender cosméticos puerta a puerta para recaudar dinero para mis amigos y hacer cosas con ellos. En otras palabras, durante estos años yo identificaba un fuerte deseo de hacer el bien.
También, siempre tuve en mí el deseo de ser una esposa. Recuerdo que mi abuela siempre me decía que mi esposo tenía que ser un hombre más grande que yo, y que pudiera comprenderme por entera.
Por eso, la primera palabra que les comparto es la palabra deseo.

Respecto a la segunda palabra, recuerdo siempre que buscaba lugares para entablar una amistad con Dios. Por ejemplo, cuando era pequeña, me acuerdo que cuando iba a un sitio en donde había un árbol en un prado, y yo me acercaba allá con la certeza de que Dios me estaba esperando. En esos años, aprendí lo importante que es tener un diálogo abierto con Dios. Por lo tanto, la segunda palabra es la palabra disponibilidad, es decir darle espacio a lo que Dios quiere hacer en tu vida, y preguntarse siempre qué es lo que Él quiere de ti, porque siempre sus planes son mejores que los propios.

La tercera palabra que me gustaría compartir es la palabra decisión.
Para mí, esta palabra se hizo fundamental en el momento en que entré a la universidad. Esto comenzó a través de la amistad con un amigo. Él era un músico, tocaba el Chelo. Estudiaba en la universidad de Milán, y me invitó diciendo “ven tú también, porque tú puedes hacer literatura y música a la vez”. Este hecho me impulsó a inscribirme en esa universidad.
Después de algunos meses del primer año, sucedió el hecho más importante de mi existencia. Mientras estaba en Milán y aprendía a tocar el piano, aconteció el encuentro con los sacerdotes de la Fraternidad San Carlos, primero con Padre Paolo, que luego me hizo conocer a otros. El encuentro con esos sacerdotes misioneros no tenía nada que ver con mi vida en ese momento, pero muchas veces esto es un signo de que Dios entra en tu vida, que entra y te abre un mundo imprevisto, un mundo inesperado. Desde aquel momento comenzó una amistad con los sacerdotes misioneros de la Fraternidad, una amistad en la cual yo encontraba lugar para todos mis deseos. Por ejemplo, encontré gente con la que podía hablar, que me escuchaba, o también, encontré en muchos seminaristas la misma pasión que yo tenía por la música y que podían vivirla también siendo misioneros, gastando toda la vida para llevar al mundo Aquello que habían encontrado. Pero, este hecho grande necesitaba otros hechos.
Hubo un momento especial, en el verano del 2002, momento en el cual sin que yo lo quisiera, acontecieron 3 hechos que han permitido una aceleración del encuentro de mi vocación: un encuentro con unas hermanas misioneras, un testimonio que escuché sobre los mártires cristianos del siglo XX y un testimonio de un cristiano de la Tierra Santa, que nos contó como sufrían los cristianos ahí. Dentro de mí algo se movía e intuía que tenía que llegar a tomar una decisión.
En ese momento aconteció otro hecho muy importante. Fui con algunos de mis amigos más queridos, con los cuales había crecido en mi barrio, a pasar juntos unos días en la montaña. Había llegado conmigo un pequeño librito que quería leer en las noches antes de acostarme. Comencé a leerlo por la noche y no pude parar de leerlo hasta la mañana siguiente. Este libro era el testimonio de un sacerdote de la fraternidad, Padre Francesco Bertolini en Siberia, cuyo título es “El Tren de las espigas doradas”. Por la mañana siguiente surgió en mi este pensamiento clarísimo: “Yo tengo decidir algo sobre el amor”. Hubo otros dos diálogos con Padre Paolo, en los cuales llegué a comprender que Dios me llamaba a darle toda mi vida, y que era Él el rostro de mi esposo. Entonces, tomé mi decisión y dije que sí. Así, la tercera palabra que quiero dejarles es la experiencia de unos hechos que, al final, te llevan a tomar una decisión.

Desde el momento que tomé esa decisión, se abrió delante de mí una historia muy grande que yo nunca hubiera podido imaginar: Dios ha querido a través mío, y de otras, comenzar una nueva obra en el mundo. Pedí poder unirme a la Fraternidad San Carlos, porque era el lugar donde veía que todos mis deseos eran comprendidos. El entonces superior general, padre Massimo Camisasca, dijo que si, y me mudé a Roma. Llegaron otras chicas, todas con historias distintas. El Obispo nos regaló una casa, y cada año llegaban chicas de diferentes partes: Estados Unidos, México, Argentina, España. Por lo tanto, el año pasado abrimos nuestras dos primeras casas de misión. Esta historia hasta ahora ha acontecido de manera muy rápida, y todavía me encuentro delante de un gran misterio, porque no sé qué sucederá. Por ejemplo, durante este año, fui por primera vez a África y vine por primera vez a América Latina, que es algo que nunca habría imaginado.

Asamblea

D- Sobre la segunda palabra, la disponibilidad, ¿Cómo fue para usted conciliar lo que deseaba para su vida –los planes, lo que uno se imagina-, con la verdadera vocación que Dios quería para usted?

Pienso, como dije, que hay que tener con Dios un diálogo abierto, como si se tratara de dialogar con una persona. Justamente un diálogo con él sobre los deseos que tenemos, relacionados con el estudio, con el trabajo, con una persona que nos llama la atención. Y después pedirle que si la dirección que nosotros intuimos es justa, que Él nos la confirme con hechos.
Sin embargo agrego un detalle importante que no dije antes: no es fácil, de hecho es casi imposible leer los signos de Dios estando solos. Porque en nuestra vida suceden tantos hechos y nosotros no siempre somos capaces de leerlos del modo justo. Por ejemplo, comienzo a estudiar una cosa que me gusta mucho, y luego me doy cuenta de que me cuesta mucho y que no logro aprobar los exámenes y seguir adelante. ¿Qué significa este hecho? ¿Significa que debo dejarlo todo y cambiar de camino porque no es el mío? ¿O quizá significa que tengo que atravesar esa fatiga porque me debe enseñar algo importante? Lo importante aquí es tener un padre con el cual dialogar, con el cual leer juntos los signos, los hechos que Dios pone en nuestra vida.