SI DESEAS ALGO, ¡GRITA!
Si deseas de verdad algo, si reconoces que algo es justo y quieres que se realice en ti –ya se trate de la relación última, con el Tú último, es decir, de la moralidad, o se trate de la compañía, de la vida de la compañía-, si reconoces de verdad que algo es justo y lo deseas para ti, encerrarte por la dificultad que encuentras, va contra la razón, es irracional: ¡déjate ayudar! Si tienes que dar un salto y no puedes, grita: “¡Ayúdenme!”. Si no, es que no quieres dar el salto, no es verdad que quieres lo que dices desear. Cuanto más tiendes a una cosa que es justa, cuanto más la deseas, no sólo no te cierra tu impotencia, sino que te abre más a pedir ayuda. Hay dos formas de realizar un proyecto: si tengo fuerza para ello, lo hago; y si me falta algo o no tengo fuerza, pido ayuda. Encerrarme con melancolía en mi mismo es una postura inhumana, irracional. Cuando tengas la tentación de encerrarte, date un “golpecito”; aunque te cueste o te repugne, habla, es decir grita. Cuando me perdí en el bosque de Tradate –era ya casi de noche, y estuve durante dos horas corriendo hacia todos lados sin encontrar el sendero-, si me hubiese parado, si, encerrado en mí mismo, me hubiese sentado desesperado, no habría tenido nada que hacer. Grité y así obtuve ayuda.
Cuanto más verdadero es el deseo, el juicio positivo sobre algo, el reconocimiento de la utilidad de algo, cuanto mayor es el deseo de ello, más ayuda pides si es que no puedes solo. Pedir ayuda no es una humillación, es una plenitud de mirada, de juicio y de afecto, es una plenitud de juicio racional, del juicio positivo que haces sobre algo y del afecto que tienes hacia ello. Pedir ayuda a otro te realiza, no te humilla.