LA GRACIA QUE PERMITE VER
«Al entrar al colegio en el primer semestre me fue excelente, me iba muy bien, tenía notas altas, era la primera del curso, me llevaba bien con mis compañeros, mis papás se enorgullecían de mí, todos me felicitaban, etc. Y sin embargo, a pesar de todas estas cosas, fueron los meses más aplastantes de los últimos años. Todo era en vano, las clases se iban, los sietes se iban, las materias se perdían, el estudio se perdía, era una constante asfixia. Venía una prueba y me mataba estudiando y, ¿para qué? Sólo para conseguir una buena nota, la cual se iba y nuevamente vendría la siguiente prueba en la que se repetiría la misma aburrida situación.
Con esto, el colegio era triste, a pesar de todos los halagos que podían decir respecto a mi rendimiento y -a pesar de todo lo que compartía con mis compañeros- no había nada, todo era aburrido y superficial, ninguna cosa decía o prometía algo: mis compañeros estaban vacíos, las asignaturas estaban vacías, mis amigos estaban vacíos y por sobre todo, yo estaba vacía.
Era decepcionante porque mientras vivía estas cosas en el colegio, yo estaba en confirmación, donde se hablaban cosas lindas y reales, que se conectaban con lo que sentía. Sin embargo, a pesar de eso no podía vivirlas en el colegio, y esto sólo hacía que la exigencia y la inquietud fueran más grandes.
Un día -ya al finalizar el semestre- mi mamá llegó con el informe de notas, me lo pasó, me entregó un regalo y me felicitó. Vi el papel, donde mi profesor había escrito “tienes muy buenas calificaciones, sigue así”. Luego miré las notas y vi mi promedio: 6.8. Entonces la única cosa que hice fue arrugar el informe y casi botarlo a la basura, ¡¿En verdad en ese papel estaban todos mis esfuerzos y mis asfixias?! ¡¿Acaso me servía?! ¡¿Dejó al menos una huella?! ¡¿Ahí estaba mi felicidad tan esperada?! En ese momento hubiese preferido hasta estar repitiendo, el 6.8 se quedó pequeño, todo fue por nada, aquello que parecía dar mucho, no dio absolutamente nada y sólo generaba más carencia de algo/alguien. Esto último me enojaba y entristecía muchísimo porque mientras yo estaba sufriendo por estas cosas mis amigos contaban que para ellos el estudio era algo lindo y una oportunidad para crecer, entonces ¿por qué yo no podía hacerlo? ¿Estaba acaso ya totalmente perdido el estudio?
Fue entonces cuando llegó el campamento de invierno, fueron días bien vividos, estuvo lleno de conmoción, de alegría, de amigos y de juventud. Y luego se acabó el campamento y ya tenía que volver nuevamente a clases. Pero después de tanta gracia, dudo que se pueda volver con los mismos ojos nublados.
Al volver, los primeros días no fueron tan malos, las asignaturas estaban siendo poco a poco más lindas. Todas menos una: física. Pero no podía dejar que física se desvaneciese tan fácilmente, sabía que incluso allí sí podía haber algo de Belleza. Entonces recordé que a un amigo más grande le gustaba mucho la física y le pregunté por qué le atraía tanto esta materia. Me dijo muchas cosas que le gustaban de la física, y no era algo inventado por él, eran cosas que mientras yo las iba escuchando tomaban peso y eran concretas. Al tener esto presente sólo quería que me tocara física para ver qué acontecería. Y por fin llegó el día en que volví a tener clase de física. Evidentemente en esta clase todo lo que este amigo me había dicho tomó peso y comenzó a aclararse: fue la primera clase interesante, luminosa y alegre de física.
Poco después de estos hechos otro amigo me ofreció comenzar a estudiar juntos. Al principio me lo cuestioné porque el estudio para mí estaba cerrado, no dejaba entrar a nadie en ello, pero al ver que lo que estaba en juego era yo y las cosas que amaba -o quería amar- dije que sí.
Era lindo estudiar con amigos porque compartíamos dudas, mostrábamos lo que estudiábamos, algunas veces lo que nos gustaba, y en estos momentos se volvía muy concreto a Quién se lo queríamos ofrecer y el deseo de que Otro ingresara en nuestra realidad.
Posteriormente los días de estudio comenzaron a ser muy esperados, en verdad el estudio sí es lindo, sí convenía y también conviene dejarnos encontrar»