UNA LUCHA ENTRE LA PREFERENCIA Y MI MEDIDA

Dialogo con Julián Carrón

Pregunta: Dijiste que sólo a partir de la elección y de la preferencia de Dios por mí puedo conocerle a Él y conocerme incluso a mí mismo, y que lo que cuenta es la relación que Él establece conmigo. Intuyo que esto implica una mirada nueva sobre mí mismo que me libera de la medida que tengo sobre mí. ¿Podrías retomar este punto?

Carrón: Lo primero es darse cuenta de ello. Por eso ayer por la mañana dedicamos toda la lección a tomar conciencia de la preferencia de Dios, de Su iniciativa hacia nosotros. Como ven, es algo que siempre nos asombra. No es algo que podamos dar por descontado. Percibimos toda la novedad que tiene porque desafía nuestra mentalidad, que nos hace apoyarnos en lo que pensamos, en nuestros esfuerzos. Ha sido Él quien ha tomado la iniciativa. Entonces, ¿qué podemos hacer para que esta conciencia se vuelva cada vez más nuestra? Lo que dijimos ayer por la mañana no es una explicación preliminar para pasar después a otra cosa en el discurso sino que constituye, ante todo, el intento de mostrar que esa preferencia, que ha marcado el comienzo de la historia de Israel, toca nuestra vida y puede entrar en las entrañas de nuestro yo. La experiencia de la preferencia de Dios se muestra tan deseable que no puedo dejar de percibir la urgencia de que se vuelva mía, de que me aferre por completo hasta el punto de vivir de esta conciencia. ¡Pero se trata de un camino, amigos! Todo el recorrido que ha establecido Dios es para que nosotros podamos alcanzar la certeza de la relación con Él, de su amor por nuestra vida. Todos sabemos lo difícil que resulta que esto penetre en nuestra mentalidad; de hecho, pensamos que se trata de una cuestión de eficiencia, de nuestros intentos, de nuestros análisis, de nuestra inteligencia. Giussani subraya que lo más lejano con respecto a nuestra mentalidad es que un acontecimiento –un acontecimiento que sucede una y otra vez– sea lo que despierta nuestras personas, lo que nos hace tomar conciencia de la verdad de nuestra vida. Por ello, al igual que le sucedió al pueblo de Israel, la cuestión es prestar atención a cualquier signo del acontecimiento que vuelve a suceder, a cualquier seña de esa iniciativa incesante que Dios toma para que podamos tener experiencia de Él –“Yo soy el Señor”–, para que podamos mirarnos con la misma mirada que el Misterio tiene sobre nosotros: “Te he preferido, eres precioso a mis ojos”. Cada gesto de Dios es para decirnos esto, desde el principio hasta ahora. No hay un gesto de Dios, una forma de acercarse a nosotros, que no sea para decirnos esto. Y de ahí surge poco a poco la conciencia de que tú y yo somos la relación que Él establece contigo y conmigo, con cada uno de nosotros. Imaginen que nos levantáramos por la mañana, cada día, con la conciencia de Uno que te dice: “Tú eres precioso a mis ojos”. ¡Qué novedad entraría en nuestra vida, independientemente de la circunstancia que tuviéramos que afrontar! Como decía ayer citando a von Balthasar: “El amor de Dios hacia mí hace de mí aquello que en definitiva soy”. Si no nos miramos así, no nos miramos bien. Esta mirada se ha producido y nadie la puede arrancar de nuestra historia. Dios es absolutamente único y, al concederme Su amor, me hace único también a mí. Tú y yo estamos definidos por esta mirada sobre nosotros. Cualquier otra imagen es una reducción de nuestras personas. Comienza así un camino que es una lucha. Con frecuencia recaemos en la medida: si soy capaz de hacer esto o aquello, si consigo ser coherente, si mi actuación es adecuada, cómo me juzgan los demás… Nuestro camino es una lucha entre mi medida –o la de los demás– y la preferencia que ha entrado en mi vida. Hay Alguien que me dice: “Puedes medirte todo lo que quieras, pero tú eres precioso a mis ojos, siempre puedes dejar entrar en ti mi preferencia. Tú no estás definido por tu medida, tú eres la preferencia que yo tengo por ti”. A partir de aquí, solo a partir de aquí puede nacer una ternura por nosotros, una mirada que nos permita abrazarnos a nosotros mismos y que no sea sentimental. En la medida en que lo acoges, puedes empezar a poner en juego esta mirada en tu experiencia, en todo lo que tocas. Cuando esta presencia empieza a impregnar todas las relaciones de la vida, cuando todas las relaciones están suspendidas de ella, cuando se ven salvadas, juzgadas, coordinadas, valoradas y usadas a la luz de esa presencia, entonces podemos decir que es una cultura nueva, es decir, una mirada nueva sobre todo. Porque la cultura nueva nace de la posición que uno asume hacia esa presencia excepcional y decisiva para la vida. Es el comienzo de otro mundo en este mundo. Nos conviene no perdernos este inicio, nos conviene que este no se reduzca nunca a algo pasado, sino que esté siempre presente. Todo el esfuerzo de Dios, la cantidad ilimitada de iniciativas que Él emprende, es para convencernos de esto: “Tú eres precioso a mis ojos y ninguno de tus errores, ninguno de tus olvidos, ninguno de tus malhumores puede eliminar esto de la faz de la tierra”. Entonces, ¿por qué luchar contra esta evidencia en nombre de una medida nuestra, que nunca será verdadera? ¿Para qué sirve? La única verdad es esta: “Tú eres precioso a mis ojos”. La nuestra será siempre una lucha desigual porque, aunque no nos demos cuenta, lo que nos define en última instancia es la mirada absolutamente única que Cristo tiene sobre nosotros. Toda la fatiga de la vida consiste en la lucha por dejar entrar esta mirada.
¿Cuánto tiempo necesitaremos para que la conciencia de Su mirada penetre en nuestras entrañas?