LA GENTE DICE QUE SOY BUENO
La gente dice que soy bueno, pero nunca se preguntan “por qué es bueno”. En efecto, hubo un tiempo en el cual no era bueno, es más, era muy malo. Cada hombre es lobo para otro hombre, dice Hobbes. En un mundo lleno de lobos yo tenía que sacar las garras. Me relacionaba con el mundo como quien entra en una jaula de leones, sólo que en lugar del látigo y del bastón usaba las palabras -mi físico tan flaco nunca me ha permitido usar la fuerza– porque se sabe que “las palabras matan más que las balas”. La gente dice también que soy sensible pero tampoco se preguntan “por qué es sensible”. Lo dicen porque frente a ciertas personas y situaciones me conmuevo y me ven llorar. Sin embargo, hubo un tiempo en el cual no me conmovía y, menos aún, lloraba. Nada me tocaba, ni las cosas ni las personas me conmovían. Ahora ha cambiado todo. El texto de una canción explica bien lo que me sucede: “Las cosas que veo me hacen reír como un bebé/ las cosas que veo me hacen llorar como un hombre/las cosas que veo: puedo mirar aquello que Él me dio/y Él me va a mostrar aún más de lo que veo”. Si ahora soy bueno es porque Alguien me hizo bueno, Alguien me hizo sensible. Cristo se hizo familiar en mi vida; ha resucitado y se ha puesto a la raíz de todas las cosas. Así toda la realidad se ha vuelto familiar, interesante, dramática, y ya no hay nada extraño, ajeno, tampoco el dolor ni la muerte. Hace dos noches llevé de paseo al perro. Encontré a una señora de nuestra parroquia y la saludé: “¡Buenas noches!”. Ella se detuvo y me preguntó: “¿Me reconoce?”. Por la mañana, en el hospital, otra señora, de otra capilla, se asombró por lo mismo: “¿Me reconoce?”. Y siguió: “¡Qué lindo que me haya reconocido!”. Reconocer significa “te conozco, te tengo en el rabillo de mis ojos, en mis pensamientos, dentro de mí, en mi corazón. Eres importante para mí, te he grabado en mí, por eso soy capaz de reconocerte”. Lástima que la señora haya comentado: “Usted es fisonomista” y no se haya preguntado “por qué es fisonomista”. De hecho, nunca he sido fisonomista, sino que Alguien me hizo fisonomista, permitiendo que cosas y personas se vuelvan familiares. La realidad me impacta, me toca, las personas ya no son lobos, son amigos, compañeros de búsqueda del Tesoro que se esconde detrás de todo, regalos de Aquel que me las dona. “Lo que embellece los desiertos es que esconden un pozo en algún lado”, afirma el Principito. El miércoles pasado después de haber recorrido las salas de pediatría y haber encontrado algunos casos muy dramáticos celebré toda la misa llorando. Al final de la misa se me acercó una voluntaria que suele visitar a los niños de oncología pediátrica y me dijo: “Padre, yo me doy cuenta de que sólo recorro superficialmente este hospital, que sí entro en las salas, pero que finalmente no encuentro de verdad a las personas”. Y me preguntó: “¿Por qué no hacemos el recorrido juntos?”. Es como si me estuviera diciendo: “Yo quiero conocer como conoce usted, quiero sentir lo que siente usted, quiero llorar como usted llora. Porque me doy cuenta de que las cosas no me tocan como lo tocan a usted, no me arriesgo como lo hace usted, no entro de verdad en relación con las personas porque me conformo con entregarle algo -un jugo, unas galletas o una medallita...- y finalmente paso como pasa el agua encima de la roca, no descubro nada”. Le contesté como Jesús contestó a la madre de Santiago y de Juan: “Usted no sabe lo que me pide”. En efecto, se hace amargo el cáliz cuando uno empieza a preguntar, lleno de pasión por el otro: “¿Quién es usted? ¿Qué le ha pasado?" Alguien me dijo una vez que soy masoquista pero nunca se preguntó “por qué es masoquista”. La verdad es que a mí me interesa estar delante de toda la realidad, incluso aquella que parece tener menos sentido. Es más: precisamente allí quiero estar para descubrir el sentido, como dice la canción “puedo mirar aquello que Él me dio/y Él me va a mostrar aún más de lo que veo…”. ¡No! No soy bueno, ni sensible, ni fisonomista, ni masoquista. Simplemente no quiero censurar nada de lo que vivo y encuentro, porque todo se me ha vuelto familiar, “todo se ha vuelto mío desde que yo me he vuelto de Cristo”.