BENDITA GRIETA

De Marina Corradi . Publicado el 05-09-2018

Una amiga nuestra describe el impacto que provocó en ella una frase encontrada en el libro de Carrón “¿Dónde está Dios?”: “Hay algo fundamental para cada uno de nosotros: el día en el que ya no nos diéramos cuenta de nuestra enfermedad y de nuestra miseria, ya no nos daríamos cuenta de la gracia de tener a Alguien que pueda sanar nuestras heridas. Ya no tendríamos más necesidad de Cristo”.

«Antes he subrayado esta frase, después he hecho una oreja a la pagina – con la escueta confianza que tengo con los libros que se me vuelven muy queridos – después la he transcrito. Desde mi adolescencia, y quizás antes, siempre he tenido la idea de haber nacido con algo que estaba equivocado en mi. Algo que no funcionaba bien, como si yo hubiese sido una casa y ese error una grieta profunda en un muro maestro, como si yo hubiese sido un cauce y ese error un hoyo de donde el agua podía penetrar. Tenía la impresión de que mis amigos no tuvieran esa grieta o que no se tenía que hablar de ello. Que había que mostrarse serenos, positivos, ganadores, o a lo mejor enojados pero sólo con la sociedad, el Estado y el orden constituido, es decir en contra de algo exterior. Yo, en cambio, no estaba enojada con el mundo. Había en mi ese corte que me hacía recordar la tela desgarrada de los cuadros de Fontana. Bueno, si había algo evidente era el hecho de que no había que hablar de ello. Era el mal del vivir descrito por una poesía de Montale: “Era el riachuelo estrangulado que gorgotea, era la hoja reseca, era el caballo reventado”, hemos estudiado en el colegio. Sin embargo nadie, en mi curso, planteó la duda de que se estuviera hablando de nosotros. Cuando chica me miraba en el espejo por la mañana, me sonreía, pensaba en mi grieta y me decía: anda, de qué te preocupas, eres joven, eres linda. Sin embargo creciendo la grieta iba profundizándose, negra en mi blanco muro interior. Se agrandó y se hizo melancolía: después patológica, severa depresión. Fui a unos médicos, me curaron, estuve mejor. Después otra vez, a intermitencia, la grieta se evidenciaba, dolorosa, y susurraba: no has sanado. Leí a Mounier.“Dios pasa a través de las heridas” escribía. Reflexioné sobre ello: ¿Y si mi grieta fuera un agujero en una pared impermeable, una laceración necesaria? Después se me olvidó, atenta a dosificar con cuidado fármacos siempre nuevos. Dolor como por una irreparable falta, por una radical y desgarradora nostalgia. Hace tiempo que me he resignado a dejar de buscar un nombre a mi grieta. Allí está y, con los años, más rota y más negra. Pero esta noche, leyendo, aquella frase me ha tocado en el punto más doloroso y me ha conmovido. ¿Por qué esa herida? Si no estuviese, yo, físicamente sana, no pobre, afortunada, no sentiría la necesidad de nada. Es una salvación ese muro agrietado, ese hoyo. Del cual puede entrar un río de gracia, incontrolado, y fecundar la tierra dura y reseca”.