Nada desde entonces ha vuelto a ser lo mismo
A comienzo de este año con algunos chicos del movimiento de Comunión y Liberación fuimos por tres días a Quilvo, en un monasterio de monjas contemplativas, a cosechar manzanas.
Quedé conmovida por la vida de esas mujeres: mujeres despiertas, santas, felices!
El primer día, cuando llegamos, además de la vida de las hermanas, lo que me deslumbró tanto fue un hombre, un monje. Me hallaba a unos 4 o 5 metros de distancia de él. Ha de tener unos 80 años aproximadamente: alto, pelo y barba blanca. Sólo con verle me maravillo demasiado y lo más increíble de todo es que sólo me basta verle la cara para vislumbrar la grandeza de ese hombre. En ese momento me vi contemplando a alguien que se reconocía amado. Irradiaba el rostro de Cristo. Sus ojos brillantes y su sonrisa lo decían todo: había algo en ese hombre que no era de este mundo y que, sin embargo, estaba incrustado en la tierra. Ese hombre había recibido tanto que le era inevitable irradiar luz. Su rostro desbordaba de agradecimiento. Vi un cielo en él, infinito. Toda esta impresión fue tan fuerte que me vi impulsada a acercarme a él y saludarle junto a los otros chicos que le daban la mano. Y mientras él seguía saludando a los demás y caminando en dirección de la capilla, no podía dejar de mirarle: quedé anonadada. Era un anciano, ¡Un anciano!... y sin embargo era vergonzosamente feliz. Yo quiero, ¡yo necesito vivir así! Con esa intensidad, con ese silencio colmado de Otro, que me resulta asombroso.
He contemplado el mismo brillo en amigos del Movimiento, el mismo resplandor, sólo que en distintos rostros. Pero ¡es el mismo!
Y luego de contagiarse es inevitable no contagiar, hasta uno lo hace de manera inconsciente, como me ha pasado a mí. Estábamos en clases, en una de las horas del día más agotadoras. Cuando tocaron para el recreo un compañero con el que no hablo mucho se me acercó y en forma de broma me preguntó porqué no estaba como todos los demás, cansada y aburrida. Cuando me dijo esto me impresioné mucho, porque apreciaba todo lo que se había generado en mi. Yo simplemente estaba disfrutando la clase, intentando ver el rostro de Otro e inconscientemente ese Otro desbordó tanto en mí que generó una pregunta de “desconcierto” en mi compañero. ¡Cristo es una revolución ante los ojos de cualquiera! He escuchado tantas veces que el cristianismo es un acontecimiento y cada vez me voy percatando más y más de que Él y sólo Él es quien acontece, se hace concreto en todo, es quien lo abarca todo y lo es todo. Cristo me ha sucedido y desde entonces nada ha vuelto a ser lo mismo, porque ahora reconozco los ojos de un Padre, de una presencia extraordinaria y definitiva, en el cual necesito entrar porque sólo en Él tengo vida y solamente en Él todo llega a su cumplimiento. ¡Estamos hechos para ser luz! ¡Hechos para ser puentes! Para ser carne de Cristo, sangre de Cristo.